Fue el día más sangriento de la historia argentina contemporánea: el destello mortal de una crisis política y económica que estallaba descarnadamente, pero que se incubaba desde lejos, por lo menos en sus aristas más trágicas desde abril de 1955. Perón había decidido, a pesar de la crisis económica, mantener a raja tabla el porcentaje más alto de distribución del ingreso en toda la historia latinoamericana: hacia mediados de 1955, la participación de los trabajadores en el PBI era cercana al 53 por ciento. Pero en el Estado circulaba una pertinaz corrupción, un poder cada vez mayor de la CGT que presionaba sobre los empresarios y el Estado, una persecusión fiera a la oposición. En el frente militar, Perón lograba hacia abril de 1955 mantener la hegemonía, no sin fracturas en Ejército y Aeronáutica pero el 90 por ciento de la Marina era católica y antiperonista.
La preparación del golpe cívico-militar se puso en marcha ese abril por el creciente enfrentamiento de Perón con la Iglesia. Las razones de fondo eran económicas, pero las de superficie fueron políticas: Perón era un tirano y no era posible derrocarlo en las urnas. El 14 de abril se suspendió en todas las escuelas la enseñanza obligatoria de religión y moral. El 20 de mayo se suprimió por ley la exención de impuestos a los templos y organizaciones religiosas y se llamó a una Constituyente para separar a la Iglesia del Estado. Los católicos de todo el país se pusieron en pie de guerra. Y los militares y civiles opositores, también.
Del expediente 26.237/55, causa "Aníbal Olivieri y otros sobre rebelión militar" archivada en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas a la que Clarín tuvo acceso— 33 cuerpos y unas 6000 fojas— se desprende la siguiente historia. La conspiración que terminará con los bombardeos en Plaza de Mayo comenzó a principios de 1955, pero recrudeció en abril de ese año. El capitán de Aeronáutica Julio César Cáceres en su testimonio (fojas 842) admitirá que el capitán de Fragata Francisco Manrique era el encargado de reclutar para la rebelión entre los marinos. Que se reunían en una quinta en Bella Vista, propiedad de un tal Laramuglia, no sólo Manrique, sino también Antonio Rivolta del Estado Mayor General Naval; el contraalmirante Samuel Toranzo Calderón, jefe del Estado Mayor de la Infantería de Marina y los jefes de la aviación naval en la base de Punta Indio, los capitanes de fragata Néstor Noriega y Jorge Bassi, así como el jefe del Batallón de Infantería de Marina B4 de Dársena Norte, capitán de navío Juan Carlos Argerich. El jefe de los marinos sería Toranzo Calderón. Los civiles, por su parte, sabían que sin contacto con el Ejército cualquier sublevación fracasaría. Uno de los líderes del nacionalismo católico, Luis María de Pablo Pardo, un hombre pequeño y miope, según las crónicas del momento, fue el enlace de Calderón con el comandante del III Cuerpo con sede en Paraná, el general León Bengoa, que está "con el movimiento". Pardo también hace de enlace con los capitanes de la Base de Morón de la Fuerza Aérea y el comandante de Aviación Agustín de la Vega.
Según la causa, al tanto de la rebelión estaban el ministro de Marina, contraalmirante Aníbal Olivieri, el vicealmirante Benjamín Gargiulo, y los tenientes primero de navío Emilio Eduardo Massera, secretario de Olivieri, y sus ayudantes Horacio Mayorga y Oscar Antonio Montes, entre otros. También, los generales Pedro Eugenio Aramburu y Bengoa. Desde los civiles, con Pardo conspiraban en un mismo bando radicales como Miguel Angel Zabala Ortiz, conservadores que respondían a Adolfo Vicchi, y socialistas de Américo Ghioldi, entre otros. ¿Cuál era el plan de la sublevación si lograban matar a Perón y alzarse con el poder? Según el testimonio del aviador Cáceres: "Se planeaba armar una junta de gobierno en manos militares, con ministros civiles como Vicchi y Ghioldi y Zabala Ortiz. Y que luego de consolidado el país se llamaría a elecciones". Un plan que se repetiría en cada golpe militar del siglo.
Mientras esto ocurría en las sombras, en esa semana de abril de 1955, el gobierno propuso pasar el día de la Bandera al 18 de octubre. Fue, para los nacionalistas, un nuevo agravio. El momento de acelerar el golpe ocurrió luego de la manifestación de Corpus Christi que puso en la calle a unos 200 mil católicos opositores al gobierno. La manifestación fue prohibida por el ministro del Interior Angel Borlenghi. Esto enfureció más a los católicos. El gobierno detectó la conspiración esa semana. Creyó ver en dos religiosos como monseñor Manuel Tato y Ramón Novoa los vínculos entre militares y civiles golpistas, que a esas alturas eran muy numerosos. Borlenghi decidió su arresto y expulsión a Roma. Los líderes de la rebelión supieron que el 16 serían detenidos igualmente. Deciden, entonces, que bajo el pretexto de un "desagravio a la bandera" una flota de aviones sobrevuele la Catedral metropolitana. Era la señal para el ataque contra Plaza de Mayo. Toranzo da la orden sin saber que llegaba una comunicación de Roma: Perón había sido excomulgado por el Vaticano.
Las crónicas abundan en detalles de aquel ataque sangriento que comienza con la descarga de dos bombas por parte de Noriega a las 12.40 y se sucede en tres oleadas hasta las 17.45. Muchos aviones llevaban inscripta esta sigla: "Cristo Vence". Perón era, a esa altura, el anticristo. Pero el movimiento fracasó: Perón logró fugar a los subsuelos del edificio sede del Ejército, hoy Libertador, reunido con los ministros de Guerra, Flanklin Lucero, el almirante fiel Ramón Brunet, el jefe de la Aeronáutica, brigadier Juan Ignacio San Martín y el general Arnaudo Sosa Molina y Juan José Valle, que negociaron la rendición de los marinos atrincherados en el Ministerio de Marina, luego de numerosos tiroteos, de la avalancha de camiones de la CGT con obreros armados con palos y cuchillos, de la columna de motorizados que acompañó el asalto final al edificio de la Marina. Unos 90 aviadores— entre los cuales estaba el teniente de navío Carlos Alberto Massera, hermano de Eduardo Emilio— y Zabala Ortiz parten a Uruguay, donde son asilados por el gobierno de Luis Batlle. El ministro de Marina Olivieri, Toranzo Calderón y Gargiulo se habían entregado a los generales Sosa Molina y a Valle. Sosa Molina, en fojas 417 a 436, cuenta la rendición de los sublevados al tribunal:
"—Sosa Molina (a Olivieri): Traigo un mensaje del señor Presidente. No desea más derramamiento de sangre. La causa, está perdida. Todo el país permanece leal al Presidente.
—Toranzo Calderón: No es verdad. Esto es solamente el comienzo. En el resto del país hay fuerzas comprometidas, como Bengoa."
Sosa Molina pidió que suspendieran los bombardeos. Toranzo dijo que eso no dependía de él. Pero se reunieron con Olivieri y Gargiulo para ver las condiciones de la rendición. Exigieron la renuncia de Borlenghi y que la "turba", como definieron, se fuera a su casa. Perón cumplirá con el pedido. Pero esa misma noche —mientras se saqueaban e incendiaban iglesias (ver La quema...)— Perón hizo un discurso pacificador, pero firmó el decreto 9407: el Consejo Supremo de las Fuezas Armadas, presidido por el general de división Juan Eriberto Molinuevo debía juzgar y procesar a 150 militares.
A las 23 del 16 de junio se reunió el Consejo Supremo. El tribunal comenzó a sesionar el 17. Olivieri nombró al vicealmirante Isaac Rojas como defensor. Toranzo Calderón, al contraalmirante Teodoro Hartung. Ese mismo día fueron indagados Eduardo Massera, Mayorga y Montes (fojas 142 a 174). Al día siguiente, Toranzo Calderón y Olivieri. Entre los testimonios más significativos se encuentran también los de los leales Brunet, Sosa Molina y Valle. El testimonio de Massera, un oficial de 29 años, revela quizá mejor que ninguno la mendacidad de los conjurados. Massera se transformó en la pieza clave de enlace con la ESMA, para el asalto de la infantería de marina de Dársena Norte a cargo de Argerich sobre la Casa de Gobierno. El tribunal no le creerá una palabra. (Ver Teniente Cero).
El testimonio de Toranzo Calderón fue del mismo tono (fojas 339 a 357). Admitió sin embargo su responsabilidad parcialmente. "Pensé que estaba defendiendo la libertad de mi patria donde había muchos comprometidos", dijo. Pero se negó a dar nombres. Y culpó del bombardeo a Plaza de Mayo a Gargiulo. Pero Gargiulo ya estaba muerto, como le informó Rojas a Calderón en medio del interrogatorio, para que culpara a un muerto. El jefe del EMGM se había suicidado esa madrugada en su oficina del edificio Libertador, donde permanecía detenido e incomunicado como los otros jefes de la rebelión. La declaración de Olivieri es, tal vez, la más profunda y comprometida porque expresa la mentalidad de la rebelión. Explicó por qué había dejado de ser peronista: "Me hice peronista cuando creí ver que ese movimiento se construía sobre las bases de Dios, Patria y Hogar pero se desvirtuó". Luego dijo: "Mi lealtad al presidente fue superada por un estado de ánimo de lealtad a mi patria, a mi bandera, a mi Dios". En agosto fueron condenados a destitución e inhabilitación y prisión los cabecillas de la rebelión. Ningún civil fue condenado. El golpe contra Perón en setiembre de 1955 modificó esos destinos. Rojas, desde la Flota de Mar amenazó con bombardear el puerto de Buenos Aires si Perón no renunciaba. La Revolución Libertadora dio a Hartung el cargo de Ministro de Marina hasta 1958. Aramburu fue el Presidente desde noviembre de 1955. Toranzo Calderón, embajador en España; Olivieri, ante la ONU. Vicchi, embajador en EE.UU.. Montes fue Canciller de Videla. Massera, su jefe y numen de la dictadura de 1976.
El bombardeo a Plaza de Mayo, ahora lo sabemos, inauguró las décadas más violentas de la historia argentina.
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